Esa tarde la excitación era evidente. Todos caminaban impacientemente de un lado a otro en la sala de estar.
Aquellos que fumaban, lo hacían a todo vapor en ese momento. El sonido de los zapatos sobre el parqué se estaba volviendo insoportable. Alguien preguntó con falsa inocencia si se había abierto el paquete. Las miradas se entrecruzaron como telarañas infinitas y babosas entre todos los presentes. Pronto, estábamos caminando hacia el paquete, que había sido colocado en la esquina de la mesa del comedor, como para no confundirlo con algo corriente, algo de naturaleza similar al resto de los objetos del cuarto.
Lo tomamos con precaución entre nuestras manos, seguía tibio y de una asombrosa semejanza a un ser vivo. Por supuesto habíamos descartado esa posibilidad desde el minuto uno, cuando comprobamos que su peso era de 30 kilos, pero ahora no podíamos recordar por qué esto nos había llevado a tal afirmación.
Ya nadie estaba seguro de qué se refugiaba plácidamente entre los papeles brillantes, esperando a que nuestra curiosidad nos lleve al límite de lo impensable, al riesgo inaudito. La insoportable espera, ¡Cómo lucharla, cómo controlarnos!
De pronto, los relojes enloquecieron, las alarmas de los nuestros empezaron a chillar, los de la pared también gritaban el augurio, la fuerte necesidad de ir, ir a tomar el té.
Ya eran las 5.
Aquellos que fumaban, lo hacían a todo vapor en ese momento. El sonido de los zapatos sobre el parqué se estaba volviendo insoportable. Alguien preguntó con falsa inocencia si se había abierto el paquete. Las miradas se entrecruzaron como telarañas infinitas y babosas entre todos los presentes. Pronto, estábamos caminando hacia el paquete, que había sido colocado en la esquina de la mesa del comedor, como para no confundirlo con algo corriente, algo de naturaleza similar al resto de los objetos del cuarto.
Lo tomamos con precaución entre nuestras manos, seguía tibio y de una asombrosa semejanza a un ser vivo. Por supuesto habíamos descartado esa posibilidad desde el minuto uno, cuando comprobamos que su peso era de 30 kilos, pero ahora no podíamos recordar por qué esto nos había llevado a tal afirmación.
Ya nadie estaba seguro de qué se refugiaba plácidamente entre los papeles brillantes, esperando a que nuestra curiosidad nos lleve al límite de lo impensable, al riesgo inaudito. La insoportable espera, ¡Cómo lucharla, cómo controlarnos!
De pronto, los relojes enloquecieron, las alarmas de los nuestros empezaron a chillar, los de la pared también gritaban el augurio, la fuerte necesidad de ir, ir a tomar el té.
Ya eran las 5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario