Francesco se compró un rouge rojo y está feliz. Naturalmente, el hecho constituye un secreto que sólo él conoce. Dibuja un vaivén colorado en cada uno de sus labios cada tarde, cuando vuelve del colegio y todavía no hay nadie en su casa. No es que su abuela y su madre sospechen algo, pero todavía le divierte que esa parte de su vida sea su pequeño silencio. La boa de plumas escondida en su placard, los taco aguja ya dominados, las pestañas postizas que le realzan esos ojos redondos con los que observa y se ríe del mundo; ahora el rouge.
Francesco compone y descompone su propia personalidad. Es un rompecabezas que puede ser visto del derecho, o del revés. O viceversa.