miércoles, 24 de septiembre de 2008

Piacere

Hacía calor, pero no le importaba. Esa era su noche. Pocas expectativas, eminente saber de que vanagloria, inocente vanidad.

Abrió la heladera, la cerveza más fría afuera. Cual fiera corrupia, la destapó de un sacudón. De dientes, de boca, gruesa mandíbula. Mitad de monoambiente con olor a cebada fermentada, consecuencia de la brutalidad humana. Tampoco le importaba. El galgo aprovechó la mala jugada y atrajo con su lengua la sustancia de la tentación.

Timbre. La amiguita de toda la vida. Desnuda de un sacudón, oscuro halo de satisfacción. Goce de grandeza, inmediación orgánica. Aunque humana. El galgo apaciguado por la ebriedad, alienado en su realidad.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Cerrados

No era tarde cuando el sueño lo derrotó, era tarde cuando se despertó en medio de la noche y se encontró observando cada detalle de la habitación de un modo poco ortodoxo.
Tenía los ojos cerrados, de todas maneras podía distinguir cada cosa que había en la habitación. La silla, el escritorio, la guitarra pendiendo sobre un mueble, todo tenía su silueta, la misma que con los ojos abiertos. Entonces, no supo que pensar. Mejor dicho, sabía bien que pasaba. Sus ojos estaban abiertos, pero él los sentía cerrados, completamente. Intento comprobarlo con sus dedos, no había caso, estaban cerrados. Seguía viendo.

Pensó en tratar de abrirlos, pero decidió comprobarlo una vez más con sus manos. Continuaban cerrados. Haciendo fuerza en su interior, abrió los ojos. No vió lo mismo que antes. Observo algo, en realidad, a alguien. Esa sombra que se abalanzó sobre su cuerpo tendido no lo dejó dormir en toda la noche.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Un mudo en la garganta


Siempre vivimos en el mismo departamento sobre la calle Florida. Atestada de gente como está las veinticuatro horas, aún así nunca tuvimos contacto -ni siquiera visual- con alguien que viviera en el mismo lugar donde pasábamos nuestras noches en semana, nuestros días en descanso. Nuestra paso por el mínimo espacio de vecindad se reducía a un neto descenso de tres pisos por ascensor, una mirada de reojo al mega espejo del vestíbulo para corroborar que no estábamos ni por las rodillas de aquellos que caminaban fuera, vestidos de trajes de gala, y un rejunte de fuerzas previo a la salida para enfrentar la peatonal atestada de hombres, mujeres, celulares, oficinas, publicidades, laptops, y McDonalds. Ni siquiera había un portero a quien pudiéramos dedicar nuestro buendía. Entonces eran días silenciosos, apagados, sin sentido. La boca se nos secaba y las palabras sólo nacían si eran parte de una frase predeterminada, automática; unboletoporfavor, señorasiéntese, permiso, no,gracias.

Cuando tomábamos coraje nos sentábamos e intentábamos diagramar algún tipo de carta documento que reclamara la presencia de un portero que nos representara, que nos recibiera aún con una mínima mueca de bienvenidosnuevamenteasucasa. No hacía falta que nos abriera la puerta, que nos dejara la correspondencia en nuestros respectivos departamentos, que nos compartiera de ese mate dulce que tomara todas las mañanas, no. Que esté, simplemente. Pero nunca aprendimos a diagramar, las clases eran sólo participativas. Y nosotros vivimos en este edificio toda la vida.


domingo, 7 de septiembre de 2008

Barata La Papa


Pasos blancos en el aire,
como si filtrase entre piedras
el poco tiempo que nos queda,
para decirle nada a nadie.

Tal vez cremados, hinchados, vencidos.
Por ahí no somos como quisimos,
pero lo prometido...

Ligereza embravecida del otoño,
poesías precoces precocidas.
Desvanecido el tacto,
reconozco,
(tampoco nací navío).