La silla no era para nada cómoda, es de esas a la que uno siempre le busca una vuelta para estar confortable, pero no, es imposible. La espera tampoco resultaba ser algo satisfactorio y, menos, si me ponía a pensar para que era esa espera. Al escuchar mi apellido dudé. Claro, es como el cuento de Pedrito y el lobo. De tanto esperar, al finalizar la espera, es algo de no creer. Me levante, me dirigí hacia la puerta y la abrí. Rechinaba, tanto que me hubiese gustado aceitarla en ese mismo instante. Sentía que me quedaría a vivir allí, imaginaba que no volvería ni a mi hogar, ni a mi vida (en la que, sinceramente, nunca estuve). Me senté en un sillón, y aguardé que el momento álgido se aproximara. Mis muelas ardían, no querían escapar de mi boca.
Lo construyen
lunes, 2 de junio de 2008
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