Ayer me dijo que no, que no quería ir a la iglesia. El bautismo de mi sobrino sería en dos horas y él, quien no había aparecido por varios días, decidió hacerlo, pero sólo para molestar. Yo le dije que tampoco tenía ganas de ir, pero era una obligación, además, en la celebración habría sabrosos triples de miga (los de ananá son sus favoritos). Sin embargo le costó asentir. Me dijo que el tenía que ser fiel a sus principios, que no podía dejarse mandar por alguien como yo. No lo dudé, me hice respetar. Hoy, me arrepiento de eso. Nunca había vomitado tanto, después de comer una hostia.
Lo construyen
lunes, 2 de junio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario