viernes, 4 de julio de 2008

De pozos y grandeza


¡Nene, acordate de esquivar el pozo de la esquina!. Todas las mañanas el mismo grito santo. Sí, mamá, sí. En un mes, diez gomas pinchadas. ¡Diez! Como para que no me grite...de todas formas no entiendo, no. Cuando me golpeo y la piel se me abre, se llena. De sangre o de mugre, pero se llena. El pozo no se vence, y mirá que el viento menea tierra de un lado para otro, eh. Pero no, ahí continúa y, para peor, parece cada vez más profundo. Y se me complica esquivarlo, si abarca casi toda la vereda. Si bajo a la calle, que es peligroso. Si sigo como si fuera invencible, puf. Una goma menos.

Ser chico es complicado. Si mirás dibujitos sos un pendejo, si querés mirar una de miedo, te hacés el canchero. Si llorás sos un quejoso y si contás todo lo lindo que aprendiste en el día, sos insoportable. No entiendo la fórmula, nunca me la dijeron. No es que uno nazca con un manual de instrucciones para caminar sobre esta bendita tierra, no. Uno se las tiene que arreglar como puede.

A veces me pongo de puntitas de pie y me asomo por la terraza de casa para ver todo el barrio desde arriba. Me estiro lo más que puedo, cierro los ojos y me concentro muchísimo pensando que tal vez, cuando los abra, ya estaré algo más adulto y podré disfrutar todo eso que me rodea. Pero no. De todas formas, ¿por qué pienso en eso? Si parecen más perdidos que nosotros, si nos dicen continuamente cuánto les gustaría volver a esta edad. No tienen idea. Que prueben ellos andar en bici, y esquivar el pozo de la esquina sin bajar a la calle a ver si pueden.

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