miércoles, 23 de julio de 2008

Un Tal Carlos

Caminaba en cámara lenta, como un ser de otros tiempos, por la vereda de su barrio. La gente enfurecida con sigo misma, entregada a las más altas velocidades de vida, giraba y se convulsionaba alrededor suyo, chocando con sus hombros tan frágiles ya del viento y el frío, dejando a Carlos un poco confundido.
Él no estaba apurado por llegar a ningún lado, no tenía apuro, no tenía nada. Carlos era solo Carlos, desde hace un buen rato, cuando dejó de verse con sus amigos, con su familia, con su vida.
Se alimentaba de sueños y fantasías diurnas, y a veces de noche se le escapaba una lágrima tímida. Siempre tímido, así era Carlos, una vida tibia, casi sin arriesgarse a ser vida. Quienes lo habían conocido lo miraban con ojos muertos cuando se lo cruzaban en la calle. Carlos los reconocía, pero no ellos a él.
No mucho tiempo había pasado desde que se había distanciado, pero Carlos había muerto. Había muerto tanto para ellos como en su mente. Para Carlos, ya no había Carlos, solo su carcasa vacía, llena de recuerdos infantiles de sus más recientes aventuras. Él no era amnésico, pero había perdido el marco de referencia. Había perdido eso que le da significado a las cosas que tocamos, vemos y decimos. Para él todo era nuevo, viejo, interesante, aburrido, bueno y malo a la vez.
Un ser desplazado de cualquier realidad, al margen de la página donde vive la gran mayoría.
Se lo que están pensando, pero Carlos no estaba loco.

No hay comentarios: