martes, 29 de julio de 2008

Deshojando el tiempo


Hoy aquel ya no es más el que corría en las grandes ligas, meta trabajo, lleno de vida. Hoy tan sólo medio metro separa su mirada del suelo, pequeño libro abierto. Ayer su prioridad fue nunca dejar de amar, más hoy reza rogando poder recordar.

Su mano curtida por los malditos inviernos tirita al querer inmortalizar esas palabras que un día creyó oír, esos besos que un día sintió recibir. Y la gente que cuida y limpia el lugar en el que hoy él está lo intentan ayudar, toman su mano y su birome, y garabatean con prolijidad aquello que su memoria le dicta. Pero él no se los permite. En cambio, pide otro papel, otra birome. Cree en la pura espontaneidad, en las máquinas de escribir, en las primeras cámaras fotográficas, en los vientos del verano, en las grandes olas del mar.

Así poco a poco se construye su historia. Y una vez que comienza a escribir es imposible de detenerlo, abatido por la cantidad de detalles que inventa por el entusiasmo y su inocencia. Las últimas palabras difíciles de leer siempre, marca imborrable de la emoción de la edad. De la emoción de su historial, del mirar para atrás.

Su mirada se pierde constantemente, travieso que sueña con lo que tuvo y no puede volver a tener. Un trozo de su pequeña mente cae cada atardecer, invisible entre la noche y su poder. Caen recuerdos, caen hojas, cae el tiempo. El próximo maldito invierno se lo llevará, crueldad para quien ya no debe vivir más.

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